
ACTIVIDADES
Recursos literarios (4º ESO)
Los recursos literarios son elementos muy interesantes. Con frecuencia te dirán que los utilizan los poetas para embellecer sus poemas, pero te diré algo: tú también utilizas recursos retóricos cada día. ¿Quieres comprobarlo?
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Los símiles están a la orden del día: “Este está como una regadera” o “Cuando se desmayó estaba blanco como la pared” son algunos ejemplos que seguro que te suenan. ¡Hacemos comparaciones a diario, y no nos damos cuenta!
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Las metáforas también son muy comunes: “He suspendido, estoy de bajón” o “He aprobado, tengo el ánimo por las nubes” son claros ejemplos de una metáfora muy recurrente: lo bueno está siempre arriba, y lo malo, abajo.
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También está la hipérbole. Exageramos mucho, y, aunque hipérbole sea una palabra bastante rara, en eso consiste, en exagerar: “Estoy muerto de cansancio”, “¡Buah! He visto esa peli, por lo menos, diez veces”.
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Sin hablar de las onomatopeyas, por ejemplo: “El profesor no para: bla-bla-bla… ¡Podría callarse ya!”. Bueno, y sin olvidar Whatsapp: “jajajajajaja… ¡Me meo!”
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Hay muchas más, y seguro que ya las conoces. Si tienes dudas, recuerda que puedes ir a los diferentes apartados de Literatura, y encontrarás toda la teoría que necesites para hacer estos ejercicios. ¡Comenzamos!
1. Une mediante números los elementos de estas dos tablas: las de la derecha son definiciones; las de la izquierda, figuras literarias.

2.Leed en clase y en voz alta el siguiente texto. Es de una historia bastante graciosa que habla de un recurso literario y de un gran autor del Barroco español: Francisco de Quevedo.
Ahora, responded a las siguientes preguntas en forma de debate.
¿De qué recurso literario se trata? ¿Cuál el ejemplo de Quevedo?
¿Por qué resulta tan gracioso? ¿Se os ocurre alguno más? ¿Podríaiss decir que lo utilizas en vuestra vida diaria?
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Por grupos de tres, buscad en internet algún ejemplo más de este recurso literario y buscadle el sentido. Después, explicadlo a los demás compañeros. ¡Seguro que será divertido!

Un calambur*
Madrid, año del Señor de mil seiscientos cincuenta y... algo
Un hombre camina con aplomo por una de las bocacalles de la plaza Mayor de la capital del reino de España. Se detiene ante una taberna yentra decidido. Los amigos lo reciben de forma alegre, aunque haciendo bromas sobre su retraso.
—Tarde llegáis, pardiez —le dice uno de ellos.
—¿Acaso ya no hay vino en la venta? —pregunta el recién llegado, fingiendo cara de temor.
—Mucho honor es llamar venta a esta taberna donde hasta las ratas tienen miedo de entrar; pero vino, lo que se dice vino, sí que hay —le responde el amigo.
—Entonces tarde no he llegado. —Y se dirige al tabernero—: ¡Una nueva jarra para todos estos amigos! ¡Y otra más para mí! ¡Vengo con la sed que el demonio ha de tener sin duda en el infierno!
Y la jarra llega y a ésa la siguen otras dos. Entre chascarrillos, poemas improvisados y requiebros a alguna de las mozas que ayudan al tabernero, la noche avanza a grandes pasos, pues entre amigos todas las horas vuelan y es menester saborear cada instante, que la vida es corta y los años se nos desvanecen como sueños.
La noche se ha apoderado de la ciudad hace un rato largo. Se acerca la hora de cerrar. Es momento de truhanes y de apuestas, de fingir un valor que no se tiene y de fanfarronerías sin límite impulsadas por las olas del licor en las embotadas cabezas de los hombres.
—Ayer, en el Prado, lo volví a comprobar —dice uno de los amigos —. La reina está cada día más coja.
Todos rieron. Cierto era. La reina consorte Mariana de Austria, esposa de su real majestad Felipe IV, sufría una cojera evidente.
—Pues yo he oído que la reina se enfurece enormemente si alguien se refiere a su cojera —dijo otro de los amigos—, incluso si lo hace en voz baja. Cuentan que cuando oye cuchicheos a su alrededor, aunque nada tengan que ver con su pierna, los mira a todos con aire de querer llevárselos a los tercios de Flandes o al fin del mundo; así que ve con cuidado, no vaya a ser que ande por aquí, en las otras mesas, algún alguacil del rey y aún nos veamos en el lance de tener que desenfundar las espadas y batirnos a muerte por unas palabras demasiado impertinentes.
—¡Pues yo soy capaz de llamar coja a la reina en su cara! —exclamó el que había llegado con retraso y había pagado las últimas jarras de vino.
Aquél era un hombre osado, buen espadachín y, para colmo de desatinos, conocido poeta. Sus versos, con frecuencia altaneros o procaces, eran, no obstante, todo hay que decirlo, siempre bien rimados, y a menudo andaban de boca en boca por toda la villa; incluso, en ocasiones donde brillaba su conocida locuacidad, por todo el reino.
—¿En su cara? —le preguntó el amigo que le había dado la bienvenida al llegar. Mira que has bebido mucho vino. No hay arrestos en nadie para semejante atrevimiento sin que medie vino. No digas zarandajas, que de éstas te metes en un embrollo del que no te podremos sacar ni con la fuerza de todos nuestros aceros reunidos. —Coja, insisto, se lo digo yo a la reina y a la cara y delante de todos vosotros y más gente —repitió el caballero poeta—. Y os apuesto... —Y aquí quizá las palabras del amigo que le advertían que estaba borracho y no medía bien sus fuerzas se hicieron notar, y fue comedido en la apuesta—. Apuesto... una cena. Pago yo a todos una cena si pierdo en esta misma taberna o en una de más postín si os place: eso os prometo, si no soy capaz de decirle así, a la cara, a su majestad la reina Mariana que es coja. Pero eso sí: si gano, todos me pagaréis a mí una cena durante un mes.
El amigo que le había advertido que fuera con tiento en sus bravuconadas vio que la apuesta, al menos, no era demasiado elevada, y concedió en que el resto aceptara el reto.
—Voy a cenar gratis un mes —dijo el caballero poeta—. Salud. —Y bebió a grandes tragos el último vaso de vino—. Un mes entero cenando gratis —repitió satisfecho; y dejó su vaso vacío, golpeando con fuerza la dolorida mesa de la taberna con su vaso ya vacío.
Pactaron que tenía una semana para conseguir aquella locura. Fueron éstos días en los que los amigos no lo vieron por allí. Todos estaban seguros de que se escondía. Al principio lo atribuyeron a la gran borrachera de la última noche en la taberna.
—Bebió demasiado.
—Voto a Dios que cuando recupere el sentido se dará cuenta de lo imposible que es ganar la apuesta —comentaban unos y otros, divertidos.
Luego pensaban que don Francisco de Quevedo, que así se llamaba el caballero poeta que había osado lanzar la apuesta, no aparecía por vergüenza o por miedo, pero una tarde en la que los reyes paseaban por el Prado, el grupo estaba reunido allí, como tantos otros nobles y no tan nobles de la villa, para ver desfilar a todos los que eran alguien en la capital de la corte. Para su sorpresa, los amigos vieron que su colega y poeta, con dos flores en la mano, una rosa y un clavel, se acercaba hacia sus majestades. Había un gran gentío. Era una jornada de temperaturas suaves que invitaban a solazarse en los jardines. El poeta miró a su alrededor, satisfecho: sin duda, quería testigos. Los amigos se acercaron, un poco por curiosidad y otro poco porque temían por la seguridad de su compañero. Al final parecía que iba a atreverse, al
menos, a intentar llamar coja a la reina a la cara; y nada bueno podría salir de todo aquello. La guardia de sus majestades estaba por doquier.
Francisco de Quevedo consiguió llegar hasta la pareja real, pues sus poemas eran conocidos y, normalmente, apreciados por los monarcas, de forma que el rey, con un gesto de la mano, alejó a la guardia y permitió que el poeta se dirigiera a la reina. Además, Quevedo se aproximaba con flores en la mano, y un poeta armado con flores no parecía un peligro excesivo. Felipe IV olvidó que también venía bien pertrechado de palabras, versos y metáforas.
Francisco de Quevedo se detuvo ante la mismísima Mariana de Austria, hizo una gran reverencia ante la reina, le ofreció las dos flores, una en cada mano, y, mirándola fijamente a la cara, le dijo:
—Está su majestad tan radiante como siempre y le he traído un presente para festejar semejante lozanía. —Miró entonces de reojo a sus amigos y de nuevo a la reina. Allá iba: a por la apuesta—: Entre el clavel y la rosa, su majestad escoja.
La leyenda sostiene que la reina aceptó de buen grado el regalo y que se tomó con buen humor el ingenio del poeta al responder:
—Que soy coja ya lo sé y el clavel escogeré.
¿Fue esto lo que realmente pasó? Difícil saber dónde termina la realidad y dónde empieza la leyenda. Lo que sin duda es seguro es que don Francisco de Quevedo era hombre asaz osado, gran poeta, ingenioso en extremo y capaz de los más mordaces juegos de palabras. De hecho, la frase «entre el clavel y la rosa, su majestad escoja» ha pasado a la historia como el calambur paradigmático. Me explicaré: un calambur es un juego de palabras donde, según la definición del Diccionario de la Real Academia Española, se juega con «la agrupación de las sílabas de una o más palabras de tal manera que se altera totalmente el significado de éstas». Por ejemplo, la conocida adivinanza «Oro parece, plata no es, ¿qué es?», no es más que otro calambur (plátano es) que aprendemos de niños.
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(*Extraído de POSTEGUILLO, S. La sangre de los libros, Barcelona: Planeta, 2014. )
Géneros literarios (1º de Bachillerato)
El siguiente texto pertenece a una novela y, por lo tanto, al género narrativo. Con la ayuda de tus compañeros, transfórmalo de forma que sea una pieza dramática. Para ello, recuerda primero cuáles eran las características básicas del género dramático.
No había esperado la respuesta. Ostentosamente empezó a recoger los restos del jarrón y a secar el suelo, mientras rezongaba algo, con una irritación que no intentaba siquiera disimular, Bien podrías haberlo hecho tú en vez de tumbarte a la bartola, como si la cosa no fuera contigo. Él no dijo nada, protegía los ojos tras los párpados apretados, súbitamente agitado por un pensamiento, Y si abro los ojos y veo, se preguntaba, dominado todo él por una ansiosa esperanza. La mujer se acercó, vio el pañuelo manchado de sangre, su irritación cedió en un instante, Pobre, qué te ha pasado, preguntaba compadecida mientras desataba el vendaje. Entonces él, con todas sus fuerzas, deseó ver a su mujer arrodillada a sus pies, allí, como sabía que estaba, y después, ya seguro de que no iba a verla, abrió los ojos, Vaya, has despertado al fin, dormilonazo, dijo ella sonriendo. Se hizo un silencio, y él dijo, Estoy ciego, no te veo. La mujer se enfadó, Déjate de bromas estúpidas, hay cosas con las que no se debe bromear, Ojalá fuese una broma, la verdad es que estoy realmente ciego, no veo nada, Por favor, no me asustes, mírame, estoy aquí, la luz está encendida, Sé que estás ahí, te oigo, te toco, supongo que has encendido la luz, pero estoy ciego. Ella rompió a llorar, se agarró a él, No es verdad, dime que no es verdad. Las flores se habían deslizado hasta el suelo, sobre el pañuelo manchado, la sangre volvía a gotear del dedo herido, y él, como si con otras palabras quisiera decir Del mal el menos, murmuró, Lo veo todo blanco, y luego sonrió tristemente. La mujer se sentó a su lado, lo abrazó mucho, lo besó con cuidado en la frente, en la cara, suavemente en los ojos, Verás, eso pasará, no estabas enfermo, nadie se queda ciego así, de un momento para otro, Tal vez, Cuéntame cómo ocurrió todo, qué sentiste, cuándo, dónde, no, aún no, espera, lo primero que hay que hacer es llamar al médico, a un oculista, conoces alguno, No, ni tú ni yo llevamos gafas, Y si te llevase al hospital, Para ojos que no ven, seguro que no hay servicios de urgencia, Tienes razón, lo mejor es que vayamos directamente a un médico, voy a buscar uno en el listín, uno que tenga consulta por aquí. Se levantó, y preguntó aún, Notas alguna diferencia, Ninguna, dijo él, Atención, voy a apagar la luz, ya me dirás, ahora, Nada, Nada qué, Nada, sigo viendo todo igual, blanco todo, para mí es como si no existiera la noche.
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SARAMAGO, J. (1995) Ensayo sobre la ceguera.
Etapas literarias (4º ESO)
A continuación, te presentamos una serie de características de las distintas etapas literarias. Averigua a qué etapa corresponde cada característica. Una vez hayas acabado, elabora un pequeño esquema en el que se presente de manera ordenada cada una de las etapas y sus características.
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Posibles etapas: Renacimiento, Barroco, Romanticismo, Realismo.
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Características:
Exaltación del yo individual.
Narrador omnisciente
Arte que expone el gusto por lo elegante, lo extravagante y el exceso de ornamento.
Valorización del detalle.
Imitación de la realidad
El experimentalismo
Personajes humildes y marginados
Sentimiento de soledad
Antropocentrismo
Búsqueda de la espiritualidad, de las sensaciones y las pasiones internas
Exaltación de la imaginación y del sentimiento
Racionalismo
Papel de la intuición, imaginación e instinto
Lenguaje coloquial
Dualismo y contradicción
Individualismo
El hombre vuelve a ser el centro de atención
Contraste entre luces y sombras
Identificación con la naturaleza
Un análisis de la vida burguesa
Idealismo
Compromiso social y político
Ansia de libertad
Sentido del movimiento
Valorización de la cultura grecorromana
Espíritu de rebeldía
Eliminación del sentimentalismo
Taller de escritura (1º-2º de ESO)
Creación de una novela. Por grupos de cinco nos encargaremos de escribir el primer capítulo de una novela (de un máx. de 1.500 palabras) que leeremos en clase y por votación individual decidiremos cuál de ellos nos ha gustado más. Ese primer capítulo elegido será el inicio de la novela que continuaremos durante todo el curso. Para su elaboración deberéis tener en cuenta las características del género novelístico. También podéis utilizar la inspiración de algunas lecturas que os hayan gustado.
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